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HISTORIA. “Indios patagónicos” exhibidos en Francia como antropófagos (caníbales)

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Durante la “Campaña del Desierto” uno de los cazadores que cobraba una libra esterlina por cada cabeza de Tehuelche que presentaba, tuvo la visión de una mayor ganancia y después de madurar el diabólico proyecto, lo llevó a la práctica con todo éxito.

Luego de días y noches de paciente acecho, consiguió apoderarse de una familia completa de “Onas” vivos. Eran once personas, entre hombres, mujeres y niños. De acuerdo con el patrón de un buque ballenero francés, obligó a los Onas mediante violencia con armas a embarcarse rumbo a Francia, en cuyas costas desembarcó su exótica carga, no sin que en la travesía hubiera arrojado al mar los cadáveres de dos de los desdichados fueguinos que intentaron rebelarse.

Una vez en Francia y conducidas a París donde se celebraba la Exposición Universal de 1889, las víctimas fueron introducidos en una jaula rodeada de una gran carpa, sobre la que flameaban banderas con letreros alusivos, que excitaban la curiosidad del público y atraían innumerables espectadores que pagaban por contemplar aquel grupo de “caníbales”. Así se los anunciaba. Cinco ciudadanos argentinos que fueron exhibidos públicamente como “antropófagos” comedores de carne humana, en la ciudad luz, en el cerebro del mundo, en la entraña de la civilización y el progreso.

La ilusión era completa entre los curiosos espectadores que visitaban la carpa, a la vista de las extrañas y rudimentarias vestiduras de los supuestos “caníbales” y contribuían a darle a tal ilusión más intensa realidad los feroces gritos que con la mayor seguridad serían de imploración o socorro, pero que no podían ser interpretados porque nadie los entendía.

Y más robusteció la creencia de que se trataba de “antropófagos” el hecho de verlos devorar ansiosamente pedazos de carne cruda, que a la vista del público y con ademanes teatrales se les arrojaba después de haberles sometido a un largo ayuno. Como antes dije la ilusión era completa y el negocio fabuloso.

Pero poco duró la impunidad del criminal sujeto y vea como fue descubierto. El reverendo padre José María Beauvoir, misionero salesiano que acompañó a Roca en 1879 en la “conquista del desierto” y pasó largos años en Tierra del Fuego desarrollando su acción evangelizadora entre “Onas” y “Alcalufes”, no tardó en llegar a dominar la lengua de los indígenas, que escribió el diccionario “Ona-Castellano”. En 1889 le tocó al padre Beauvoir disfrutar de sus vacaciones y aprovechó para volver a Europa a visitar su familia. Pronto sintió la comezón de visitar la Exposición Universal de París y contemplar los avances de la ciencia humana, las letras, las artes y las industrias que allí se manifestaban con estupendo alarde.

Un día milagroso, tropezó en su camino con una gran carpa con enormes letreros en los que se leía INDIOS CANÍBALES ANTROPÓFAGOS. Esto llamó su atención entonces pagó y entró a la carpa. Su sorpresa fue al ver primero “quillangos de chulengo” prendas típicamente argentinas, única vestimenta y abrigo de los supuestos “antropófagos”. Y esta sorpresa se convirtió en estupor, cuando se apercibió por sus rasgos fisonómicos y por sus gritos que comprendía a la perfección, que eran indios fueguinos entre los que tantos años pasara.

Trémulo de horror e indignación, acercóse sigilosamente el padre hasta los barrotes de la jaula y aprovechando la ausencia del guardián que los custodiaba, entabló con los enjaulados el siguiente diálogo.

  • ¿Qué hacen aquí? ¿Cómo llegaron?
  • Nos cazaron y nos trajeron.
  • ¿Quien?
  • Unos cazadores de allí.
  • ¿Quieren volver?
  • SI, si (Con lágrimas de ternura y alegría).
  • Disimulen entonces que los liberaré.

 

Con el alma palpitante, busca de ayuda para salvar a los indígenas vilipendiados y torturados. Estando más en contacto con las autoridades de Chile, se dirigió al Ministro Plenipotenciario de Chile en Francia, quien se entrevistó con el Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, protestando por semejante y brutal atentado, pidió la liberación y entrega inmediata de los “enjaulados” y solicitó un castigo ejemplar para aquel desnaturalizado negociante de carne humana, quien ya se había fugado dejando abierta la puerta de la jaula. Cuando fueron a hacerse cargo de las desdichadas víctimas, estas habían desaparecido y empezó entonces una angustiante búsqueda por la exposición hasta que fueron halladas, con excepción de “Kalapacte”, “Kalapaten” o “Calafate” el cual inteligente y vivaracho se fugó y luego de deambular por Francia regresó a Montevideo y fue llevado a Punta Arenas.

De los once indios cazados en Tierra del Fuego y conducidos a Francia como caníbales, dos murieron en la travesía, otros dos murieron dentro de la jaula de hambre y tristeza como consecuencia de los crueles tormentos, uno se fugó que fue Calafate y seis fueron embarcados a su país de origen, de esos seis dos murieron en el viaje de retorno y solo cuatro fueron recibidos por la misión en Punta Arenas.

La fotografía de los nueves supuestos antropófagos argentinos tomada en la misma jaula, con la particularidad que también está el “civilizado” que los explotó, aparece en el álbum editado por la Orden Salesiana de Turín en 1907”.

Del libro “La Patagonia Trágica”. José María Borrero.

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