A principios del 2022 parte del equipo de Noticias de Esquel visitó la provincia de Córdoba y pudo recorrer “La Perla” uno de los Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTyE) más grandes del interior del país, que actualmente es un Espacio para la Memoria y la Promoción de Derechos Humanos. El material recabado durante ese momento te lo ofrecemos en este informe.
La Perla
El aparato represivo con sus Centros Clandestinos de Detención, tenía como objetivo la persecución y eliminación de cualquier forma de participación política que confrontara con el proyecto impuesto por la dictadura. La Perla en Córdoba fue uno de los Centros Clandestinos de Detención Tortura y Exterminio (CCDTyE) más grande del interior del país. Comenzó a funcionar con el Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 hasta fines de 1978. Se estima que en ese período permanecieron en cautiverio entre 2200 y 2500 personas. La gran mayoría continúa desaparecida.
El ingreso al centro de exterminio
Una vez capturadas las personas eran vendadas, maniatadas y conducidas a “La Perla” en el baúl o en el piso de los asientos traseros de los vehículos, ignorando de ahí en más cuál sería su destino. Por la calle empedrada del predio de “La Perla” ingresaban los vehículos con víctimas de los secuestros.
Este pasillo implicó para la mayoría de los detenidos-desaparecidos el lugar de entrada al centro de exterminio. Aquí eran descargados como “bultos” y llevados inmediatamente a “las oficinas”.
Eufemismos
El lenguaje represivo del campo utiliza eufemismos como otra manera más de negar la condición humana, no hablaban de personas sino de “bultos”, los secuestrados no tenían nombre sino número, no hablaban de asesinar sino de “trasladar”, las torturas eran “interrogatorios”, llamaban a la sala de tortura “margarita” o “sala de terapia intensiva”. Estas habitaciones tuvieron como principal función sistematizar y almacenar la información arrancada bajo tortura a los detenidos-desaparecidos.
Oficinas
Las “oficinas” fueron también un lugar de tortura. Lo que en la jerga del campo se llamaba “el previo” o “el ablande”, combinaba los castigos físicos con extorsiones y amenazas a las víctimas. Para ello se utilizaba la información acumulada previamente en forma ilegal por los “servicios de inteligencia” del Estado. Luego las personas eran llevadas a la sala de tortura ubicada en el extremo de los galpones de automotores. Estas habitaciones también se utilizaron como lugar de cautiverio y para “preparar” a los secuestrados elegidos para ser asesinados.
Deshumanizar
La venda en los ojos, la inmovilidad, ser llamados por un número, ser testigos del sufrimiento de otras personas, sumados a la incertidumbre sobre el propio destino y el de los demás, formaron parte de los mecanismos utilizados para deshumanizar a los detenidos desaparecidos y arrasar su personalidad.
En esas condiciones, la supervivencia muchas veces fue posible sólo gracias al auxilio que pudieron brindarle los propios compañeros de cautiverio. Estos gestos de solidaridad permitieron sobrellevar las durísimas experiencias vividas como pequeñas resistencias a lo que implicaba estar en el campo de concentración.
Los secuestrados que precisaban ir al baño debían solicitarlo a la guardia y compartir estos espacios constituía casi el único momento donde se relajaban las estrictas normas de incomunicación, por lo que allí las víctimas podían a veces intercambiar alguna palabra o levantarse la venda, mirar y mirarse.
La relativa “intimidad” que proporcionaba el baño o las duchas muchas veces era violada por los guardias, quienes aprovechaban ese momento para observar, sobre todo a las prisioneras, cuando se bañaban. La mirada sobre el cuerpo desnudo era vivida como otra forma de vejación.
Galpones
Los galpones de La Perla tuvieron dos funciones centrales. La primera como lugar de reparación y mantenimiento de los vehículos que eran usados para los secuestros y los traslados. La segunda como depósito de las pertenencias robadas sistemáticamente a las víctimas en los operativos de secuestro. Este ‘botín’ era repartido entre los represores, lo que, más de una vez, generó disputas entre ellos.
La represión montó una estructura delictiva de robo y saqueo de los objetos de las casas de los secuestrados. La reventa de estos objetos por su valor económico también implico la pérdida y desaparición de objetos de valor afectivo como fotografías, cartas y objetos personales de los desaparecidos.
Tortura
Las torturas físicas consistían en atar a cada secuestrado, desnudo y vendado, a una cama de hierro para aplicarle descargas eléctricas, golpes de palo en las articulaciones, puñetazos y vejaciones. También se los ahogaba en tachos de agua o se les producía asfixia con bolsas plásticas. Entre todos estos tormentos, los torturadores alternaban sus preguntas, por ello llamaban cínicamente a estas prácticas como “interrogatorios”. En ocasiones, se hacía escuchar la tortura de otros prisioneros, o se llevaba a una persona que tenía una relación cercana con el torturado y se la amenazaba o torturaba en su presencia. El fin inmediato de las torturas era arrancar a los prisioneros la información necesaria sobre la identidad y la localización de potenciales víctimas de nuevos secuestros. Los torturadores eran salvajes con los secuestrados pero evitaban matarlos, ya que un prisionero muerto no era “útil” para continuar con la cadena de secuestros. Sin embargo, en varias ocasiones las personas secuestradas murieron en estas “sesiones”. Los represores llamaban a la sala de torturas físicas, la “sala de terapia intensiva” en alusión a su idea de estar “extirpando el mal de la Patria”, o “Margarita” en alusión a una de las formas de las picanas eléctricas.
El exterminio
El campo de concentración La Perla funcionó centralmente como un lugar de exterminio. Las decisiones sobre quiénes iban a ser asesinados eran tomadas en el Destacamento de Inteligencia 141 bajo el control del Comando del Tercer Cuerpo, aunque en algunos casos esta decisión también fue tomada por los jefes del centro clandestino.
Los secuestrados eran, en general, sacados de la cuadra para ser fusilados en los campos aledaños a este predio por personal militar. Este procedimiento era denominado con el eufemismo de “traslados”. Participaban tanto los responsables de “La Perla” como otros integrantes de diferentes divisiones del Ejército. De esta manera se aseguraba que todos los integrantes de las fuerzas armadas participaran de estos crímenes estableciendo un “pacto de sangre” que buscaba el silencio y la impunidad.
En otras ocasiones, los secuestrados eran asesinados y se los hacía aparecer muertos en la vía pública como si hubieran protagonizado un enfrentamiento armado. Estos operativos fraguados tenían como objetivo sembrar el terror en la población y justificar el accionar de las Fuerzas Armadas y de seguridad. Eran llamados en la jerga del campo como “operativos ventilador”.
La “desaparición” de los cuerpos
La mayoría de las personas que fueron asesinadas durante el golpe cívico militar continúan “desaparecidas”. En La Perla fueron enterradas –mayoritariamente- en fosas comunes en los campos del III Cuerpo de Ejército que colindan con este predio.
Esta metodología de ocultamiento sistemático de los cuerpos, la principal prueba de los asesinatos cometidos, buscó encubrir la responsabilidad de los represores respecto de sus crímenes.
En algunos de estos casos los cuerpos de las víctimas fueron localizados, identificados y entregados a sus familias gracias al trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense. Cada identificación, cada restitución de un cuerpo nos restituye, como personas y como pueblo, la dignidad herida por estos crímenes aberrantes.
Herida perpetua
Entre los familiares y amigos de las víctimas la ausencia del cuerpo, la incertidumbre sobre su ubicación y circunstancias de muerte impiden, al día de hoy realizar el duelo. A nivel social el terror que generó esta práctica plantea una herida que se perpetúa hasta el presente.
Sobrevivir a La Perla
Las decisiones sobre la supervivencia de las personas fue producto de la arbitrariedad de los responsables mediatos e inmediatos del campo de exterminio. Hasta el momento se conoce que han sobrevivido doscientas víctimas que pasaron por La Perla. Entre las mismas hubo personas que estuvieron en cautiverio horas y otras que estuvieron años.
Las víctimas que sobrevivieron fueron sacadas del campo de diferentes formas. En algunos casos fueron llevados a una cárcel, esto era denominado “blanqueo”. Otra forma de salida fue una especie de transición, de “libertad vigilada” o “secuestro domiciliario” .
El que salga tiene que contar
Mientras estuvieron en cautiverio los secuestrados se repetían unos a otros “el que salga tiene que contar”. Su palabra ha sido uno de los pilares en la construcción de la memoria sobre la existencia de los campos de concentración. Es gracias a sus testimonios que conocemos sus características, funcionamiento y las identidades de muchas de las víctimas y responsables. Frente al ocultamiento de los cuerpos y de los archivos, sus testimonios constituyen pruebas invaluables que permiten que se esté juzgando a los responsables de los crímenes que se cometieron en lugares como este.
Espacio de la memoria
El 24 de marzo de 2007, por decisión del entonces presidente Néstor Kirchner, el espacio de La perla fue desafectado del Ejército, recuperado y traspasado a la Comisión Provincial de la Memoria. Dos años más tarde se inauguró públicamente como Espacio para la Memoria y la Promoción de Derechos Humanos.