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Historia. “Indígenas argentinos” exhibidos como caníbales en Francia

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Del Libro -La Patagonia Trágica-. José María Borrero.

“Uno de los cazadores que cobraba una libra esterlina por cada cabeza de indio que presentaba, tuvo la visión de una mayor ganancia. Luego de días y noches de paciente acecho, consiguió apoderarse de una familia completa de Onas, compuesta de 11 personas, entre hombres, mujeres y niños.

Secundado por algunos tan desalmados como él, obligó con armas en la mano, a embarcar a los Onas rumbo a Francia, en cuyas costas desembarcó su rara y exótica carga, no sin que en la travesía hubieran arrojado a las profundidades del mar los cadáveres de dos de los desdichados “fueguinos” que murieron… o los mataron por haber intentado revelarse, no se sabe, ni nunca tampoco se sabrá la verdad.

Una vez en Francia y conducidos a París donde se celebraba la Exposición Universal de 1889 y con incontenible codicia, fueron introducidas en una jaula de hierro rodeada de una gran carpa, sobre la que flameaban banderas y gallardetes conjuntamente con letreros alusivos, que excitaban la curiosidad del público y atraían innumerables espectadores, que pagaban por contemplar aquel grupo de “caníbales” (así se los anunciaba).

Y he aquí como y de qué manera “nueve ciudadanos argentinos” fueron públicamente exhibidos como “antropófagos” comedores de carne humana. La ilusión era completa entre los curiosos espectadores que visitaron la carpa de los supuestos “caníbales” y contribuían a darle a tal ilusión más intensa realidad los feroces gritos que con seguridad serían de imploración y socorro, pero que no podían ser interpretados porque nadie los entendía.

Y más robusteció la creencia arraigada de que se trataba de antropófagos, el hecho de verlos devorar ansiosamente pedazos de carne cruda, que a la vista del público y con ademanes teatrales se les arrojaba después de haberlos sometido a un largo ayuno. Como antes dije la ilusión era completa y el negocio fabuloso.

Pero poco duró la impunidad del criminal sujeto y vea en que curiosa forma fue descubierto.

El reverendo padre José María Beauvoir, abnegado misionero salesiano, que acompañó al General Roca en la “conquista del desierto” en 1879, pasó largos años en Tierra del Fuego desarrollando su acción evangelizadora entre los “indios Onas y Alcalufes”. Hombre inteligente y progresista como era, no tardó en dominar el idioma de los indígenas, que escribió un diccionario “ona-castellano”, que podrá encontrar usted en cualquier librería.

Pues bien en 1889 tocóle al padre Beauvoir disfrutar de sus vacaciones en Europa. Pronto sintió comezón de visitar la Exposición Universal de París y contemplar los progresos de la inteligencia humana en las ciencias, las letras, las artes y las industrias que allí se manifestaban con estupendo alarde.

Un día milagroso por el recinto de la Exposición tropezó en su camino con una gran carpa, en cuyo frente había enormes letreros en los que se leía “Indios caníbales, antropófagos”.

Y esa sorpresa subió de punto convirtiéndose en estupor, cuando al aproximarse lentamente a la jaula en que vivían recluidos aquellos, se apercibió por sus rasgos fisonómicos y por el significado de sus aparentes inarticulados gritos, que el comprendía a la perfección, de que eran indios Onas, indios fueguinos, indios argentinos, entre los que tantos años pasara..  Trémulo de horros e indignación, acercóse Beauvoir hasta los barrotes de la jaula y entabló con los enjaulados el siguiente diálogo:

  • Que hacen aquí? Cómo Llegaron?
  • Nos cazaron y nos trajeron
  • ¿Quién?
  • Unos cazadores
  • ¿Quieren volver?
  • Si si con lágrimas de ternura y alegría
  • Disimulen entonces, estén tranquilos que yo los liberaré, yo los llevaré
  • Gracias
  • Gracias
  • Adiós.

 

Y con el alma palpitante de gozo por la buena obra que iba a realizar, fue el misionero en busca de auxilio para rescatar a los pobres indígenas. Se dirigió de inmediato al Ministro de Chile en Francia, quien se entrevistó con el Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, quien protestó por el brutal atentado, pidió la liberación y entrega inmediata de los enjaulados, además de un castigo ejemplar para aquel traficante quien se fugó a Bélgica dejando abierta la puerta de la jaula. Cuando la autoridad competente fue a ver las desdichadas víctimas, estas habían desaparecido y entonces comenzó la angustiante búsqueda por la exposición, hasta que fueron hallados, con excepción de uno de los indios llamado “Calafate” el cual se fugó y luego de deambular por Francia e Inglaterra, fue encontrado por el mismo padre en Montevideo, quien lo llevó consigo a Punta Arenas.

De los once indios Onas cazados en Tierra del Fuego y conducidos a Francia para exhibirlos como caníbales, dos murieron en la travesía, llegando nueve a destino, otros dos murieron dentro de la jaula de hambre, de tristeza y como consecuencia de los crueles tormentos que se le infringían, uno se fugó (Calafate) y los otros seis fueron entregados al doctor Bulnes, quien de inmediato los embarcó al país de origen. Dos murieron en el viaje de retorno y solo cuatro llegaron a su tierra siendo recibidos por la misión Salesiana de Punta Arenas.

Y si quiere usted convencerse de la verdad de mi relato, le mostraré la fotografía de los nueve supuestos “antropófagos” argentinos exhibidos en la Exposición Universal de París en 1889, es una fotografía muy curiosa tomada en la misma jaula y con la particularidad que aparece también el “civilizado” que los cazó y los explotó, esgrimiendo en su mano derecha la varita de domador. También le mostraré una sintética relación del suceso hecha por el padre Beauvoir, que conjuntamente con la fotografía que aparece publicada en el álbum editado por la orden salesiana en 1907.

¿Será posible que tan horrendos delitos, que crímenes tan bestiales y tan de lesa humanidad queden sin la condigna sanción?

En las imponentes y robustas figuras de esos indios de esa raza milenaria, que vigilaban las mansiones de sus execrables verdugos, sobre las que parecían fulminar las maldiciones de todos sus antepasados.

Frente a frente y dándose la cara, viviendo una especia de vida sobrenatural, acusan implacablemente sin palabras, condenan justicieros y ejecutan fríamente sus hechos, más que un “Ona y un Tehuelche” eran el remordimiento y el castigo”.

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