Durante estos meses se cumplen 100 años de las “huelgas patagónicas de 1920-21” en la provincia de Santa Cruz, que terminaron con el fusilamiento de más de 1500 peones rurales que reclamaban por derechos de vida y laborales. Hechos históricos que relata el escritor Osvaldo Bayer en su libro La Patagonia Rebelde.
Esta semana se hace el acto central en el cenotafio que recuerda el lugar de uno de los fusilamientos masivos, organizado por la Comisión de la Memoria de los 100 años de las Huelgas Patagónicas.
Noticias de Esquel conversó sobre estas actividades con Ernesto Zippo, corresponsal de La Izquierda Diario en Santa Cruz, militante del Partido de los Trabajadores Socialistas del Frente de Izquierda Unidad y también integrante de la Comisión de la Memoria de los 100 años de las Huelgas Patagónicas.
Huelgas Patagónicas
Como en toda crisis del sistema capitalista, cuando las patronales ajustan para mantener sus márgenes de ganancias, lo hacen a costa de los trabajadores. Las peonadas del sur patagónico no escaparon a esta ley de hierro del capitalismo y tampoco a sus hierros mortales. Bajo la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen comenzaron las huelgas en el sur argentino. En esos años bajó estrepitosamente el precio de la lana y su demanda. Pero antes es necesario ver quiénes eran los dueños de la Patagonia.
Si bien Yrigoyen fue el primer presidente electo bajo sufragio «universal» y secreto (solo para los hombres), su gabinete no tuvo nada que envidiarle a los anteriores gobiernos abiertamente conservadores y oligarcas. Con el correr de los gobiernos, dos familias se fueron haciendo de la Patagonia como fueron las de Mauricio Braun y José Menéndez. El primero junto a su hermana Sara Braun, llegaron a ser los propietarios de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego que llegó a disponer de 1.376.160 hectáreas, 1.250.000 lanares que producían 5000 millones de kg de lana, 700.000 kg de cuero y 2.500.000 kg de carne. Dicha fortuna aumentó cuando Mauricio Braun contrajo nupcias con la hija de José Menéndez. Mauricio poseía más de 15 estancias, la Compañía Minera Cutter Cove y varios frigoríficos. No eran los únicos, entre ellos había unos cuantos estancieros de origen británico.
Como territorio nacional, que implicaba que dependía del gobierno central y por tanto no tenía autonomía provincial, Yrigoyen puso como gobernador de Santa Cruz un conservador de pura cepa: Edelmiro Correa Falcón, secretario de la Sociedad Rural de Santa Cruz y miembro de la Liga Patriótica Argentina.
La primer huelga
Las condiciones de vida y trabajo en las estancias eran las más duras de aquellas épocas. El pago muchas veces era en “vales” o en pesos chilenos, los cuales eran tomados por un valor inferior en los comerciantes locales. Los peones vivían en las estancias, trabajando de 12 a 16 hs diarias, durmiendo en tarimas de maderas y sin abrigo en temperaturas bajo cero. Los patrones les proveían poca comida, la cual los peones eran obligados a pagar al patrón de estancia. Los depósitos donde descansaban, eran cerrados desde afuera para evitar huidas de los trabajadores.
En septiembre de 1920 la Sociedad Obrera de Río Gallegos, convocó a un paro de 48 hs y delegados de los peones de campo viajaron a Río Gallegos para apoyar el movimiento reclamando mejoras en las condiciones de trabajo y que se reconozca a la Sociedad Obrera. Los estancieros con la Liga de Comerciantes e Industriales, desconocen a la Sociedad pero aceptan parte de las reivindicaciones de los trabajadores a condición de que los delegados sean elegidos de común acuerdo con ellos. Los delegados aceptan, el gallego Soto y su grupo la rechazan. El paro siguió y se declaró la huelga en Puerto Deseado en diciembre, se sumaron los trabajadores de “La Anónima” almacén de ramos generales propiedad de Mauricio Braun. Se producen enfrentamientos y tomas de estancias y en las afrentas muere el joven ferroviario de 21 años, Domingo Faustino Olmedo.
El gobierno nacional no intervino aun, pero los diarios de Buenos Aires y La Liga Patriótica se ocuparon de crear un clima de tensión y escribieron ríos de tinta sobre el “bandolerismo” y la anarquía de la Patagonia. Yrigoyen cedió a este clima y mandó al teniente coronel Héctor Benigno Varela a “pacificar” la situación y a un nuevo gobernador interino en reemplazo de Correa Falcón: el capitán Ángel Ignacio Yza. Varela como negociador ordena la rendición incondicional y las patronales firman una propuesta reconociendo la organización de los peones. La mayoría de la peonada acepta y se levanta la huelga.
La segunda huelga
Las reivindicaciones no se cumplieron, los presos siguieron detenidos, se persiguió a activistas, se cerraron locales y se deportaron trabajadores chilenos, españoles e italianos. Llega la segunda huelga, esta vez la lucha fue por los presos políticos y se extendieron las tomas de estancias. Representantes del gobierno inglés le exigieron al gobierno nacional protección para sus ciudadanos ante las tomas.
Hacia el 5 de noviembre de 1921, Río Gallegos se paralizó. No hubo estancia en funcionamiento, ni hotel, ni comercios. Miles de obreros marcharon por la ciudad con banderas rojas. La Sociedad Rural y la Liga Patriótica exigieron una “solución definitiva”. Al teniente coronel Varela se le ordeno volver a Río Gallegos, esta vez con columnas de soldados. El 11 de noviembre se dio el primer fusilamiento: el trabajador chileno Triviño Carcomo, cuando aún Varela no había publicado el bando decretando la pena de muerte. El 22 de diciembre fusilaron al último grupo de peones combativos, el dirigido por José Font, conocido como “Facón Grande”.
Las lecciones
Frente a la intransigencia de la Sociedad Rural, la Liga Patriótica y la presión de la delegación de Inglaterra, la Patagonia Rebelde quedó aislada nacionalmente y el anarquismo ya no tenía fuerza.
Por otro lado los trabajadores rurales confiaban en la neutralidad de Varela y el ejército como intermediario sellando el trágico fin de la huelga.
Muerte de Varela.
El 27 de enero de 1923 un anarquista alemán de nombre Kurt Wilckens ultimó a Héctor Benigno Varela. Ese día Varela salió de su residencia sin compañía. Wilckens lo esperó a pocos metros de la entrada de su domicilio y al verlo salir le arrojó una bomba de percusión a los pies que hirió al militar. Luego le disparó cuatro balazos con su revólver Colt. Wilckens intentó huir, pero una esquirla de la bomba le había roto el peroné, impidiéndole la fuga. Al ser detenido por la policía dijo: «No fue venganza; yo no vi en Varela al insignificante oficial. No, él era todo en la Patagonia: gobierno, juez, verdugo y sepulturero. Intenté herir en él al ídolo desnudo de un sistema criminal. ¡Pero la venganza es indigna de un anarquista! El mañana, nuestro mañana, no afirma rencillas, ni crímenes, ni mentiras; afirma vida, amor, ciencias; trabajemos para apresurar ese día.» Kurt Wilckens, carta del 21 de mayo de 1923).
El 15 de junio, Pérez Millán Témperley le disparó a Wilckens en su celda mientras dormía. El balazo le atravesó el pulmón izquierdo y Wilckens falleció al día siguiente. Su asesino, al ser detenido declaró: «Yo he sido subalterno y pariente del comandante Varela. Acabo de vengar su muerte».
El titular del Diario Crítica vendió más de medio millón de ejemplares y el hecho despertó la indignación de los anarquistas y las organizaciones obreras. La FORA convocó a un paro general de protesta y una manifestación en Plaza Once dejó un saldo de 2 muertos, 17 heridos y 163 detenidos por parte de los manifestantes y dos policías muertos y varios heridos.